Y fue allí donde ella se apareció desnuda 
 entre nieves y llamas, entre guerra y rocío, 
 como si bajo el techo del huracán se encendiera 
 un vuelo de palomas perdidas en el frío 
 y una de ellas cayera sobre el pecho de Rodó 
 y allí hubiera estallado su blancura. 
  
  
 «Canta a la esmeralda, al ágata marina; canta al topacio, al jaspe, a la cornalina, a la calcedonia, al lapislázuli, a la amatista, a la obsidiana, al rubí, con esa siempre sorprendente erudición, puesta una vez más al servicio de la intención poética y de su plan insensato de nombrar y poetizarlo todo.» 
 	  	     JOSÉ MIGUEL VARAS