La isla más pequeña del Archipiélago, con dos núcleos estables de población, alberga entre sus orillas de fina arena a un pueblo singular. Los hombres y las mujeres de La Graciosa han construido, en poco más de un siglo y en un entorno hostil y carente de recursos, una sociedad compleja, arraigada y vertebrada en torno a tradiciones y costumbres con un denominador común: la mar.