Con 5 años escribí mi primer poema y fue cargar un revólver para el resto de mis días. Por entonces, era más de amar a corazón abierto y sin cauterizador. Porque amé. Amé por encima de todos los pronósticos de tormenta. Amé a costillas infestadas de arrepentimiento y en el intento de buscar un corazón dispuesto a coser mis cicatrices se disparó la 9mm. Así que sucedió. Bailé sobre mis pecados. Me abracé a la única certeza que tenía y lo que parecía que iba a ser «la etapa de poeta de una niña con el Norte en su brújula mal calibrado» me hizo cambiarme el nombre. Empecé un viaje que aún no he terminado. Pero las balas empiezan a pesarme y desprenderme de ellas ha hecho que pudiera correr más rápido. Ahora, las agujas del reloj han empezado a suturar mis heridas.