La muerte de Carlos lll dejó a las instituciones españolas debilitadas ante la derrota de la Guerra del Rosellón que sacó del gobierno a Floridablanca y Aranda. El rey Carlos IV, bajo la influencia de María Luisa de Parma y Godoy rompió el estatuto de la monarquía que la obligaba a respetar la unidad e indivisibilidad de los territorios que comprendían la Monarquía Hispánica y por los tratados de San Ildefonso y Fontainebleau entregaron a Napoleón la Luisiana en Norteamérica, a cambio del Reino de Etruria en ltalia para su hija María Luisa. El reparto de Portugal con Napoleón dio pie al asentamiento del ejército francés en la Península Ibérica. Estos tratados de carácter secretos, dejan a los capitanes generales sin saber por qué sus plazas defensivas eran ocupadas por tropas extranjeras. Mientras la península se desangraba por el levantamiento del pueblo en armas, los regidores de Las Palmas y Tenerife discutían la preeminencia de una isla sobre otra, enfrentando a la Junta Suprema de Canarias con el Cabildo General Permanente de Gran Canaria y la Real Audiencia. Momento que aprovechó el capital del rey Carlos O’Donnell para deponer al comandante general marqués de Casa Cagigal y encarcelarlo junto al Regente y Fiscal de la Real Audiencia. Estos hechos, de singular gravedad, pueden enmarcarse dentro de un complot, y no fueron enjuiciados por los graves acontecimientos de la guerra contra el invasor francés. Ahora son contemplados a la luz de nueva documentación y explica el auge de los señores de la guerra en el reinado de Fernando Vl y sus sucesores.