En el año 1350 murió el rey de Castilla Alfonso XI, víctima de la Peste Negra, mientras sitiaba Gibraltar. Subió así antes de tiempo al trono su joven hijo Pedro I, conocido por la historia como El Cruel. Ciñó la corona en un tiempo aciago para una Europa asolada por la peste, la guerra y repetidas malas cosechas llamadas «los malos años»- que diezmaron a la población. En Castilla, los nobles, como ya hicieran durante la minoría de edad de Alfonso XI, intrigaban y promovían rebelión tras rebelión, tratando siempre de arrancar pedazos de poder al trono.
En esa tesitura turbulenta, cuando el joven rey abandonó de repente a su esposa Blanca de Borbón, sobrina de Francia, sólo tres días después de su boda, el polvorín en que se había convertido Castilla estalló con toda su violencia. En conflicto arrastró a todos los estamentos sociales, obligando a tomar partido por el rey o por la reina. Unos, los menos, lo hicieron siguiendo su conciencia; otros, la mayoría, de acuerdo con sus intereses. Y la guerra cundió como un incendio por todo el reino.